Certezas

El 22 de julio de 2015 cuando escribía esto* tenía la certeza que era imposible ver alguna vez a esa banda en vivo. Hasta que la ví.

En un acto que roza la soberbia divina -bastante habitual en los humanos- nos convencemos que podemos decidir sobre el futuro -entre otras cosas- y así separar entre lo que puede y lo que no puede suceder.

Lejos de ser esto un simple hábito racional propio de nuestra mente escurridiza y todopoderosa, de a poco ese hábito se convierte en un condicionante. Nuestro cerebro va construyendo realidad.

Y esto no es -solo- un divague pseudo filosófico, sino que a partir de que el cerebro -y su estudio- se pusieron de moda hay parva de evidencia** al respecto. El mecanismo que nos lleva a jugar a las predicciones parece un ejemplo más de la obsesión humana de disociarse del entorno.

Más allá de los datos duros, parece que las certezas sobre la imposibilidad de que algo suceda van convirtiendo al hecho en un imposible, y a partir de allí actuamos en consecuencia.

Desconocido es cuanto podemos influir con nuestra predisposición en eventos tales como que una banda japonesa venga a tocar en Argentina. Recordemos la teoría del caos y la muletilla del aleteo de la mariposa y el tsunami al otro lado del mundo.

Pero más allá de eso, auto convencernos de que no sucederá -eso o cualquier otra cosa- además de no ser muy conducente, diluye cualquier relación con los sentidos.

Sobre todo, si luego, sucede.

Pocas veces antes vi hacer música a cinco personas con tanta pasión y entrega como a estos cinco muchachos*** arriba de un escenario. Son atrapados de forma permanente por el sonido, cada uno produce una especie de fusión con su instrumento y como perfectos orientales los ejecutan con una combinación justa entre disciplina y desparpajo. No hay disociación.

El math rock**** como subgénero del rock progresivo se caracteriza por sus armonías disonantes, su complejo entramado compositivo, la centralidad abrumadora y dulce de la batería; pero lo esencial en ese proceso es no darle al oído -¿o al cerebro?- lo que el oído -¿o el cerebro?- está esperando. No todo son certezas.

¿Cuánto tiempo más necesitaremos para que nuestro cerebro se adapte a ser tan solo un elemento más dentro de un universo de imprecisiones poco previsibles? ¿o quizá ya lo hizo?

Sospecho que resultaría mucho más ameno vivir así, adaptados a lo impredecible, aunque sea ser redundante y que nuestro alrededor se ensañe de convencernos de lo contrario igualando futuro, previsibilidad y seguridad.

Así las cosas, lo primero para que algo ocurra puede ser convencerse de su posibilidad. El cerebro da el primer paso, y al igual que con la mariposa y su aleteo, el caos debe luego encargarse del resto. Sin imposibles.

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