Otra piel

Indagando un poco sobre esa picazón que nos impulsa a conocer, encontramos que la curiosidad es una emoción que se aprovecha de la ingeniería evolutiva de nuestro cerebro medio. Es un instinto natural en humanos y en muchos animales. Nuestro deseo por nuevos conocimientos aparece no sólo para aumentar la capacidad de supervivencia sino también como un antojo de dopaminas.

Este vehículo que sirve para expandirnos, también resulta útil para relacionarnos con los demás, ya que tendemos a buscar personas que estén en nuestro mismo rango de curiosidad. Y digo ‘rango’ porque se ha intentado medir o cuantificar la curiosidad en cada individuo y hay experimentos al respecto.

Podríamos suponer que, para sobrevivir en un medio equis, solo se necesita una limitada cantidad de conocimiento. Y que, al alcanzarlo, dejamos de requerir conocer datos extra. Pero como somos seres afectivos, antes que otra cosa, necesitamos a los demás.

Entonces, sobrevivir también depende del otro, de saberme perteneciente al grupo. El otro es identificado por nosotros, entre otras cosas, por un rostro. Los rostros de esos ‘otros’ son la zona del cuerpo con la que primordialmente tendemos a conectarnos para intercambiar información. Y son esos ‘otros’ rostros, los que nos van aprobando o reprobando y a los que vamos también nosotros guiando en la permanente tarea de encajar en el rol que se pretende.

Ese proceso de curiosidad y pertenencia se complementa con el lenguaje.

En el castellano, tenemos unas dos mil y pico de sílabas. Para los chinos el equivalente se llama ‘carácter’. Ellos tienen 44.000 caracteres y nadie o casi nadie los conoce a todos. Es así porque un campesino, por ejemplo, necesita manejar unos 3000 y un estudiante universitario, unos 12000. Esos caracteres sirven para formar palabras, así que, dependiendo de algunas variables, la cantidad de palabras existentes en un idioma tiene una relación con la cantidad de sílabas. El alemán es un idioma modular, es decir que se puede inventar palabras al ir conversando, sencillamente desarmando unas y ensamblando sus partes para las nuevas.

Si la curiosidad, y el ‘otro’ hace que podamos expandirnos, y si los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo -porque organizamos hasta nuestros sentimientos con las palabras del idioma que manejamos-, se podría suponer que la curiosidad puede ser mayor en aquellas culturas cuyos idiomas contemplen más palabras.

Lo maravilloso ocurre cuando la música entra en la ecuación.

El lenguaje musical se mueve en una dimensión particular. Ella es idioma y lenguaje, con una cantidad finita de sílabas y caracteres puede crear infinitas piezas.

Es el idioma universal, no importa en que manada pastemos. Por eso es que la curiosidad por conocer nueva música, si nos lo permitimos, nos lleva a un viaje al que ningún otro instinto natural nos podría llevar.

Las canciones pueden ser traducidas infinitas veces, sin cambiar de lenguaje.

Marco Sanguinetti es pianista, diseñador, docente e investigador. Tradujo dentro del lenguaje musical algunas de las canciones de Soda Stereo y Gustavo Cerati. Su nuevo disco se llama “Inmoral” y contiene el mismo mensaje, en el mismo lenguaje pero con otra piel.

“Inmoral” se presenta este domingo primero de septiembre a las 20 horas en el CCK. Las entradas están agotadas, pero a las 18 horas se ponen a disposición aquellas que no hayan sido retiradas.

  1. Feb 16.2020 / 8:43 pm / Responder

    […] «Sanguinetti tradujo dentro del lenguaje musical algunas de las canciones de Soda Stereo y Gustavo Cerati. Su nuevo disco se llama “Inmoral” y contiene el mismo mensaje, en el mismo lenguaje pero con otra piel.» – Germán Batalla / Nota completa. […]

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.