Hace rato que no voy a una marcha a Plaza de Mayo. Fui muchas veces por variedad de motivos. Siempre acompañado de amigos, de compañeros de la universidad, de compañeros de militancia, con alguna de mis novias o, incluso, con mi hija desde que era una bebé.
Pero nunca fui con mis viejos, nunca se me ocurrió ni siquiera invitarlos. Más aún, nunca me preguntaron antes de alguna de las tantísimas veces si yo iba a ir.
Hoy mis viejos me preguntaron si mañana voy a la Plaza, para que vayamos juntos.
Soy un escéptico de los discursos que no paran de vociferar que todo ha cambiado rotundamente. Lo fui cuando nos contaban que las cosas cambiaban para bien y encima, de manera irreversible. Lo sigo siendo ahora, que nos quieren convencer que el apocalipsis está a la vuelta de la esquina.
Me inclino más en creer que en estos gestos novedosos, supuestamente intrascendentes, se va viendo la profundidad o no de los cambios.
Mirá si será profundo lo que intentan hacer que mañana por primera vez en nuestra vida, mis viejos y yo, vamos a marchar juntos a la Plaza.