Nunca era más de dos.
Visualizarla era tarea imposible
remediar la estupidez
y oír dormido
esquivar las esquirlas
y masticar la costumbre un poco más.
Estaba parada
sobre flamantes dosis de canción
su destrucción pasaba
y ella se acomodaba en el abrazo.
Se ofrecía sin andar
y aunque renacer no estuvo en sus planes
cuando se descolgó
encontró la soga en su cuello.
Quedaban
algunos segundos para pensar.
Si elegía sentarse
era probable que nunca regresara
y si hubiera una ventana allí
no le serviría para escapar.
Esperaba
pero nunca reconoció el riesgo
de la falta de espejos donde pisar.
Fue la maravilla de esa noche
y el despegue.
Jamás existió juicio justo
y desde aquellos días
camina
doma los leones de cartón
y más tarde
empuña un lápiz sin tinta.
Te acaricia
con sus letras
y si te desplomás
ya nunca estará ahí.
Vive yendo
y muere
no la frenes
no más.