Siempre me gustó hacer de los nacimientos un hito. Ese instante importante dentro de una continuidad mucho más amplia.
Un especie de ejercicio de rescate de la incertidumbre. ¿Por qué es maravilloso el momento del nacimiento y en definitiva rescatable frente al de la muerte? Simplemente por la obviedad del segundo.
Todos sabemos que las personas importantes van a morir (y las que no lo somos también). Sin embargo nunca sabemos cuando una persona importante va a nacer. Ese instante que vemos a la distancia, con los hechos consumados, inicialmente no posee demasiada relevancia frente a otros similares.
Luego, cuando se toma el recorte particular de la vida de una persona socialmente relevamente, algunos celebramos la vida, la mayoría lamenta la muerte.
De todas maneras ambas son deformaciones sociales fruto de nuestra obsesión por lo puntual. Una obcecación permanente por reducir la totalidad a tan solo un detalle.
El 4 de octubre de 1917 fue jueves. Ese día en San Carlos de Itihue, cerca de Chillán, Nicanor Parra y Clarisa Sandoval tuvieron a su tercera hija a quien llamaron Violeta.
Ese es un punto en el todo, allí la continuidad hizo un alto, y nos dio una excusa para recordarla: