Uno de Cuatro

Cuando yo tenía 20 años solo había dos opciones para escuchar música: o te comprabas los discos o escuchabas la radio. El préstamo de discos había pasado de moda, quizá víctima del individualismo reinante en la época. Y para peor, en todos los casos, las opciones eran condicionadas por el mercado.

Muchas veces fui al local de Musimundo, novedosa atracción de fines de los 90, solo de paseo, a mirar. No podía hacer mucho más porque aunque me comprara los discos, no tenía donde escucharlos.

Luego que apareciera el primer doble cassetera con CD en casa, dediqué mi siguiente sueldo a llevarme los discos que me alcanzaran, elegidos completamente al azar, o no tanto.

Fueron cuatro. Uno de esos discos, me llamó mucho la atención por su portada. Portada que no era. Luego descubriría que se encontraba ensobrada al revés por error.

Se veían, en un pentagrama algunas cuentas de sumar y unos versos en portugués. Lo agarré por eso y porque era el único de toda la góndola que no tenía una foto en tapa, aunque si la tenía.

Lo escuchaba, y escuchaba y escuchaba y solo sentía que me llevaba de paseo.

En cincuenta minutos se combinan algunos elementos difíciles de mezclar para llegar a la perfección. Es una grabación en vivo, con conversaciones y público presente. La selección de las canciones resumen la intimidad y profundidad de la obra de Vinicius. La relación entre el piano y el cello acaricia. Y el viaje de las dos voces no necesitan más que susurrar.

Creo que fue la primera vez que sentí que era posible estar adentro de un disco.

Tom  Jobim canta Vinicius

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