Selfie

Varias veces se han enojado conmigo por la negativa a aparecer en fotos. A veces casi como un capricho obsesivo. Raro esto (o quizás no) siendo que como decía, la fotografía siempre ha sido parte importante de mi vida. Supongo que habrá alguna razón en esa negación general, que se agrava mucho más si se trata de esa “nueva” categoría llamada selfie.

En términos generales el espíritu de la fotografía reside en perpetuar un momento de nuestra visión. Dejar retratado de modo permanente algo que vemos en un instante.

Y precisamente, casi lo único que escapa a la posibilidad de esa perpetuidad es la visión de uno mismo, porque no estamos dentro de nuestro campo visual. Se sabe que la práctica de sacarse autofotos es una novedad a medias, existen múltiples ejemplos de esta práctica en la historia de la fotografía. Lo realmente nuevo fue su veloz masividad. A tal punto que recién a principios del siglo XXI se le que dar un nombre específico.

La popularidad de la selfie no resulta rara para los tiempos que corren. Pero ¿dónde reside el sentido de fotografiar lo que ya todos ven? Contradictoriamente con esto, la popularidad de la selfie, parece una especie de grito desesperado lanzado al mar de las redes sociales que reza: “aquí estoy, soy lo que no puedo ver, mirenmé”. Y más aun, si nos detenemos a mirar la escena típica del acto de sacar la foto de uno mismo, y volvemos a pensar en el espíritu de la esencia fotográfica, resulta que la selfie es la foto de lo que nadie ve. Nadie del otro lado de la cámara. Nadie mirando por la mirilla (o por la pantalla).

Pareciera que se ha trasladado esa necesidad, casi artística, de fijar (compartir) lo que vemos, a una necesidad simplemente egoísta, de compartirse a uno mismo. Ya no importa lo que vemos, sino que nos vean.

Si nos ponemos a mirar con detenimiento este fenómeno encuentra sus razones en variedad de procesos sociales. Por ejemplo, la popularidad en la década del 90 de los videos musicales, como forma masiva de difusión de la música, fue en algún punto, un interesante antecedente de la selfie. Vemos miles de videos de miles de músicos que necesitan ser vistos, en vez de compartir su mirada.

Pero como siempre, toda regla nos regala su excepción. Y aquí, nos gusta compartir las excepciones.

La canción Acid Rain (lluvia ácida) fue publicada en el EP “The Maze to Nowhere, part 2″ del año 2014 y pertenece al músico estadounidense Marcos Ortega, más conocido como Lorn. Se puede escuchar mucha más de su música en su bandcamp.

  1. Sep 1.2016 / 12:20 pm / Responder

    Sin dudas difundir el propio retrato de uno mismo es un acto de egoísmo, de amor propio, de vanidad. A Narciso le obsesionaba mirarse en su reflejo, porque se sabía bello, y tenía la imperiosa necesidad de que se lo reafirmen constantemente.
    Antes de la fotografía la única posibilidad de difundir el propio retrato era pagarle a un pintor para que este lo hiciera, algo solo accesible a una exclusivísima elite adinerada, o quizá el propio retrato del pintor, es decir una elite ilustrada. Incluso antes de la difusión masiva de los espejos en la modernidad, la mayor parte de la humanidad desconocía su propia imagen.
    Fotografía, cine, tv y publicidad gráfica hicieron del siglo XX el siglo de la imagen, pero podemos ver a esta monopolizada por los detentores de los medios de difusión de la misma. Así como el espejo se convirtió en el único retrato posible de un plebeyo imposibilitado de pagar uno a un pintor, la masividad de cámaras fotográficas en la población en este siglo XXI le quitó el privilegio del monopolio de la imagen a profesionales, avezados e incluso amateurs de la fotografía. Se trata de difundir y poner en circulación infinita la imagen propia, anónima, de un desconocido, de un don nadie. Ya no se trata de la imagen del icono pop, del rockstar o la cara del Cesar en una moneda durante el imperio romano. Soy “yo”, para el mundo.

    • Sep 1.2016 / 4:54 pm / Responder

      @Neftalí

      Lo llamativo es que teniendo la posibilidad técnica desde hace muchos años; desde la creación de la cámara manual y portatil durante los 80 es posible hacerse una autofoto. Sin embargo, aunque la fotografía se masificó y popularizó, esa práctica no. Quizá porque hay razones que exceden a la disponibilidad tecnológica, y también a la necesidad “romántica” de “democratizar” un mensaje, una necesidad banal de ser observado, del reconocimiento a través de la imagen, que se fue construyendo y se sigue construyendo. Aquellos que citás seguramente han sido los primeros pasos de un proceso que nunca se detuvo y que claramente excede a la fotografía.

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