Cuando yo era chico no había Día de la Memoria. Ni en el jardín ni en la escuela. Nunca hubo acto alguno sobre la última dictadura, ni ninguna de las anteriores. Ni mis padres, ni nadie en la familia me explicó qué y por qué había pasado lo que pasó.
No recuerdo una sola clase en la escuela que hablara sobre la dictadura. No había dibujitos ni libros para niños, ni folletos, ni documentales sobre el tema en la TV. Recién en la universidad empezaron a llegar lecturas y referencias sobre por qué era necesario buscar y exigir memoria, verdad y justicia. Pero lo mío no fue una excepción o un caso aislado, la memoria colectiva es muy selectiva. La sociedad solo recuerda lo que le a algunos les conviene.
Hoy fuimos a hacer los mandados con Amanda y sus cinco años y al volver me pidió que le contara más sobre la dictadura.
Los cambios y procesos culturales de nuestra sociedad son mucho más profundos y significativos de lo que suponemos y se manifiestan cuando menos lo esperamos. Muchos de los que nacimos durante los ochenta, crecimos bajo una regla implícita: hay cosas de las que no se hablan. Evidentemente la última dictadura era una de ellas.
Cuando le dije que la memoria era necesaria para que cosas tan feas no vuelvan a ocurrir, me dijo: “…recordando estamos haciendo que suceda todo el tiempo”. Hice silencio.
Múltiples razones hicieron que muchos comencemos y continuemos hablando del tema. Por supuesto que aún hoy muchos prefieren ignorar los recuerdos bajo la falsa creencia que son temas que no los afectan. Un capítulo más en la disputa sobre qué es y quienes cuentan nuestra historia.
Después de algunos pasos le dije que por eso nos juntábamos, por eso nos encontrábamos, como lo hicimos ayer o como lo haremos hoy, para que al recordar el dolor, duela menos.