¿Cuál será la razón por la que una persona cree que compartir una foto de un niño tirado en la calle junto a un charco de sangre va a producir algún tipo de consciencia al respecto?
Desde que la TV y el cine se convirtieron en un bien de consumo masivo vemos imágenes como esas todos los días. Nos habituados a la muerte en una pantalla.
De un tiempo a esta parte la nueva cultura de la imagen completó el trabajo y logró que sea cada vez más difícil diferenciar entre verdad y ficción.
El 3 de septiembre de 2015 la foto de un niño de 3 años en las costas de una isla griega dio la vuelta al mundo.
Un niño refugiado muere por día en las costas del mar mediterráneo desde el año 2015.
En Argentina entre el 11 de diciembre de 2015 y fines de 2017, en 721 días de Gobierno de Cambiemos, hubo 725 personas asesinadas víctimas del gatillo fácil.
En promedio una persona por día muere a manos de las fuerzas represivas del Estado desde el año 2015. Estas cifras son las más altas desde el retorno de la democracia.
Todas esas personas comparten rasgos comunes: sus vidas son las más atacadas por las múltiples violencias del sistema.
Pero como respuesta, lo que circula es una imagen. El caso particular para lograr un golpe de efecto. Ese golpe convierte el contenido político de la situación en una reacción solo emocional. Y el efecto es la atomización de un proceso, que en esencia es continuo y complejo.
Ante el vacío de continuidad de las imágenes aisladas, no hay causas, ni consecuencias, ni siquiera responsables. Solo hay una imagen.
La imagen, sola. La persona que la “comparte”, sola. Individualidades que borran el nosotros como mecanismo de participación y transformación de eso tan terrible a lo que estamos acostumbrados.
Hasta hace poco tiempo por cosas como estas necesitábamos encontrarnos y habitar el mismo espacio; la calle, la plaza, el parque, o la vereda. Ese pequeño nosotros mutó a una simple combinación de clics. Compartir, publicar y ya. Así el yo se queda tranquilo.
Mientras tanto, una persona por día muere a manos de las balas del Estado. ¿Y nosotros que hacemos?