Los que lloran, los preocupados, los nerviosos y los enojados. Las tristes, las angustiadas, las preocupadas y las indignadas.
Estamos en un momento que tiene todos los elementos para nublar la visión. La historia de este país, pero en general la historia de la humanidad conoce de preocupaciones. Aunque no tanto como nos quieren hacer creer los pesimistas.
Quizá ponerse en el lugar de los pueblos (o de la gente), en cada uno de esos momentos críticos de nuestra historia reciente nos ayude a desdramatizar.
Nosotros, aún sin vivirlo, vivimos la semana trágica, la década infame, la proscripción de mayorías, una de las peores dictaduras del continente, una guerra inverosímil, el arraso neoliberal, y el derrumbe de 2001.
¿Qué puede ser peor que todo aquello? Tener miedo. El miedo nos impide ver.
Sigamos, sin miedo, mirando en detalle pero desde lejos.
Nuestra historia no es ni siquiera la historia de un país, mucho menos la del juego democrático. Es la historia, ni más ni menos, de la resistencia de los pueblos a ser sometidos.
Nada de eso ha cambiado demasiado desde ayer.