La miopía es el placer de los dioses, el hecho placentero de crear imágenes que se forman antes de llegar a destino. Esos dioses que conocen todas las reglas, aún las no formuladas, y que pueden prescindir del criterio para pertenecer o no hacerlo.
En las reglas y los dioses, habitamos, nos determinan la vida y lo suyo, y lo mío, leyes no respetadas ni cuando se cumplen, y sí, sólo, cuando se apegan a lo natural. Nada menos conjugado a la naturaleza que la ley.
Existe solo una quimera para los obsecuentes de la estructura sideral, y es esconder, tal cuál batalla final, esa porción de energía irreductible al trabajo, aquella simple explicación que ubica el caos, como nuevo semi dios.
No podemos aceptar, colectivamente, la nueva maquinaria generadora de reglas, que se envuelve en papeles irreversibles y condiciona de forma imprevista los significados, ya es tarde, nos llevaron de las pestañas y nos regalaron un paraíso de quietud.
Y cuando abrimos el paquete, tan solo una nota decía: “si el paraíso no se mueve, las reglas tampoco“.