Cada día me convencen más y más acerca de la inexistencia temporal de la mentira. Quizás, en algún espacio no tan remoto, se encuentren todas ellas y convivan, pero aquí nunca han existido. Han mutado y se convirtieron en pura realidad, en la materia con la que se amasan los días.
Cuando se lee sin necesidad, aunque sirva para nada o incluso cuando lo escrito es, por sobre todo, diferente, se cree al que miente y se lo perturba. Al fin del relato, la razón, con algunos indicios tenues, cae siempre arrodillada frente a la verdad.
Y entonces ya no queda salida, solo cruces permanentes a estados de hastío indescifrables, quedando al menos algunos recorridos que podrán sumar alivio y color.
Ahí frenamos para mirarnos y sentir lo espeso del calor de estos días, y tomar lo que está allí desde hace momentos, sin usar, esperando. Si no lo usamos, nos desintegraremos, y será el final más hermoso que podamos construir. O no, si todo es mentira.