Si quisiéramos dibujar todos los caminos que hemos recorrido, cada uno de nosotros, a lo largo del tiempo, junto a todos aquellos caminos que podríamos haber tomado y todas sus posibles derivaciones, dibujaríamos algo muy parecido a un laberinto.
Una figura geométrica recorrida por caminos que aunque se toquen no tienen comunicación. Un espacio de varias dimensiones en el que solo se tiene conciencia de su existencia cuando se lo mira desde afuera.
En un laberinto, desde el interior, solo vemos la próxima puerta y el pasillo a nuestras espaldas. No Mucho más. Su esencia es la dimensión más allá de lo evidente, algo de lo que se conoce su existencia pero no se lo puede percibir.
Son pocos los que se animan a salir de paseo por un laberinto, a casi nadie le gusta perderse y mucho menos no poder ser encontrado.
En cada pieza musical, tenemos un laberinto posible, la única manera de descubrirlo, al menos por ahora, es meterse una y otra vez hasta encontrar la salida.
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