No se puede matar sin ser desprevenido. Caminamos juntos por líneas de papel que terminaron por cerrarse sin comillas. Ese humo nos era familiar. Era la misma cara conocida de siempre, era lo abismal, lo sin sentido. Nos propusimos arrancarlo y que se maree, que comience a repetirse hasta diluir los sentidos.
No pasó. Llegó la calma y el pasto dejo de crecer y todo, a su alrededor, era un espasmo dulce.
Entre ambos estados, una fuerte llovizna intentó lavar algo de lo derramado, la erosión dejó al descubierto las heridas y los deseos de vivir. Los momentos se confundieron con el camino e intentamos explicarlos una y mil veces pero los sordos solo pueden caminar de a dos, y chocarse uno a uno.