En 1939 ella cantó por primera vez fuera del Harlem. Lo hizo en el Café Society. Allí donde se hacían juntadas políticas y era habitual que Abel Meeropol, una maestro de escuela, judío y comunista, cantara sus propias composiciones musicales. Cuando le mostró la canción por primera vez, ella no estaba convencida, pero de todas maneras le dijo a sus músicos que podía hacerlo.
La revista Time, escribió un pequeño artículo durante esos días, luego de sus presentaciones, en el que lamentaba que el jazz se haya politizado y en un arrojo de subestimación común para la época el cronista escribió: “ella seguramente no entiende la letra de lo que canta“.
“Un fruto extraño cuelga de los árboles del Sur galante.
Un cuerpo negro que se balancea en la brisa como en una pastoral
los ojos saltones, la boca en una mueca
el aroma dulzón de las magnolias y la carne quemada
que a los cuervos les gusta picotear
a la lluvia empapar y al viento balancear
es el fruto de una amarga cosecha”.
Difícil que alguien que cante esa canción no entendiera lo que había escrito Meeropol luego de ver el cuerpo colgado de un árbol de un afroamericano linchado.
En una edición de 1999, casi 60 años después, la revista Time definió a “Strange Fruit” (fruto extraño) como la mejor canción escrita durante todo el siglo XX. Seguramente esa canción no sería lo que es, si Billie Holiday hubiera evitado cantarla como lo hizo. Así, con la mirada perdida y los dientes apretados masticando la bronca que genera tanta violencia recibida.
Esta es una de las historias que cuenta el periodista Diego Fischerman en su último libro “El sonido de los sueños y otros ensayos sobre música”