Que mi padre sea fotógrafo de profesión esconde en si mismo las razones y los misterios de muchos de mis recuerdos. Desde que la memoria aparece en mí, veo fotos. Fotos mías, de mi familia, de las familias de otros, de grupos de estudiantes de jardín y escuela primaria junto a sus maestras, fotos de turistas frente a la basílica de Luján, miles de fotos de vacaciones en la playa. Fotos y más fotos.
Mis recuerdos son como un gran álbum, una especie de maraña interminable, a punto tal, que muchas veces se mezclan, las imágenes vividas con las imágenes estáticas plasmadas en esos papeles brillosos, muchas veces sueltas y otras prolijamente acomodadas en encuadernaciones de todo tipo.
Esas fotos perpetúan un instante del movimiento. Son la expresión cabal del poder de la especie que consiguió plasmar el momento en un registro que perdura y detener, así, lo impostergable: el tiempo.
Pero todo poder posee su contracara. Esos instantes se separan y atomizan como la vida moderna. Momentos perpetuos se amontonan en la memoria y se aíslan de la totalidad convirtiéndose, en el mejor de los casos, en la punta del ovillo de una historia. Pero, casi siempre, sobreviven como pequeños granos de arena inconexos.
Memoria y fotografía constituyen un enlace misterioso, difícil de explicar pero fácil de reconstruir.
Hoy por primera vez Amanda tomó el álbum impreso de fotos digitales -la versión actual de aquellos minúsculos libritos de folios transparentes en tamaño 10 x 15- que recorren una parte de nuestros instantes. Por primera vez observó detenidamente cada una de ellas y relató, en tiempo pasado, la continuidad del momento que allí está plasmado para siempre. A eso le agregó sus maravillas, en tiempo presente. Creó y recreó nuevos escenarios para esos granos de arena. Y en aquellos que le parecían desconocidos preguntó para completarlos.
No se como ella conformará sus recuerdos, ni como luego accederá a ellos pero estoy seguro que hoy ayudamos entre los dos a que esos puntos aislados formen muy de a poco un paisaje con el que está permitido jugar.
Y aunque seguirá siendo un interrogante cuanto de herencia y cuanto de voluntad existe en esta obsesión de registrar fotográficamente nuestras miradas, sigo enfrentando esa fuerza misteriosa que se obstina en hacer caer de la estantería de los recuerdos estos momentos irrepetibles.