Tenemos cierta tendencia a observar las cosas desde demasiado cerca. En algún momento alguien nos convenció que para encontrar la esencia de la cosa, debemos mirar cada vez más cerca. Los que anduvimos alrededor de las matemáticas un poco más que la mayoría, sabemos que ese “cada vez más” no tiene un límite. La posibilidad de acercarse a algo es infinita, y si lo es, quiere decir que nunca se llega a destino.
En el camino del acercamiento se pierde de vista lo demás, como quien se zambulle en un inmenso túnel, a medida que avanza le resulta imposible tener en cuenta lo que atrás va quedando.
En algún momento nos convencieron que para explicar la cosa, había que conocer el detalle: ¿cuál detalle? ¿quién decide que detalle de la cosa es el que merece ser conocido?
Así perdimos la noción de la generalidad: los contextos, la historia, las variables que influyen, incluso perdimos de vista nuestra propia subjetividad, nuestra opinión, creencias y valores, afectando lo que estamos tratando de comprender.
Nos contentamos con creer que al obtener certezas sobre una minúscula parte del asunto, hemos llegado a la verdad.
Paradójicamente, cuando más cerca suponemos estar, más lejos nos encontramos de la realidad.