Todos sabemos que el tiempo es una variable que no podemos manejar, y que por más deseo de anticipación que reine en el momento, suponer lo que ocurrirá es una tarea titánica e inútil a fin de cuentas. Las conclusiones con los hechos consumados también son moneda corriente, habitualmente ubicados en futuro y pasado elaboramos grandes cantidades de sentencias que nos intentan dejar tranquilos.
Sin embargo, algo extraño sucede en las entrañas cuando lo evidente aflora luego de la sorpresa, la derrota, o simplemente lo inesperado.
Durante un largo período de tiempo pusimos en marcha una maquinaria, fiel a nuestra tradición de pensamiento, donde solo se admiten dos opciones como criterios válidos: algo es verdadero o falso. Pero inmediatamente después ante la presencia de elementos inesperadas, la sorpresa es mayúscula y no queda otra opción más que incluir las nuevas variables. Pero claro, en general ya es tarde.
Lo maravilloso, es que esas variables siempre estuvieron ahí, presentes, hilvanando realidades y modificando consciencias. Como ya todos sabemos, la negación del elemento no lo convierte en inexistente, sin embargo por tradición cultural; todos somos hijos de Artistóteles y su escuela de pensamiento, o simplemente por miopía, nos rehusamos a contemplar la complejidad de lo que nos rodea. Y así rebotamos, de un lado hacia el otro, entre lo verdadero y lo falso, mientras las demás variables se nos ríen en la cara.
Nos pasa con la vida, nos pasa con la música, todas las variables siempre están presentes.