Sigo pensando en que, tan importante como la música, son las historias que la rodean. Esas que forman parte de sus razones más profundas. Todas esas motivaciones, que se presentan como las fuentes que convierten sonidos en canciones. A veces escucho una canción y cuando no tengo idea de esas fuentes juego a imaginarlas. La escucho una y otra vez e intento armar posibles explicaciones que la completen.
Y ahora pienso que a una canción jamás le falta algo. Siempre le sobran cosas, esas cosas de las que no estamos enterados y que solo conoce quien la crea. Salvo, como en este caso, que el músico decide contárnoslas.
Al mismo tiempo, como si se tratase de una hermosa paradoja, en ocasiones una canción o un disco viene a llenar un vacío imprevisto. Porque a la vida, a diferencia de las canciones, casi siempre le falta algo.
Hoy cuando vi el video que acompaña este texto, y la historia junto a él, recordé mi infancia y la playa. Recordé, otra vez, la infinidad de fotos en vacaciones junto a mi familia y recordé, particularmente, el miedo que sentía, porque en esos álbumes también hay una foto que no entendí.
Y aunque mi vieja está ahí y la veo casi todos los días, durante esos casi quince minutos que dura el corto, traje a mi memoria todas esas vidas a las que les falta su madre. Y me terminé de convencer. La música no es solo música.
La música también puede ser eso que nos ayude a completar lo en la vida a veces nos falta.
Pueden leer el texto original que acompaña la publicación de este corto en el perfil del músico Nicolás Rallis y escuchar sus canciones en su bandcamp