A veces nos cruzamos con espejos, que nos muestran como árboles hundiéndonos lentamente, y a pesar que solo llegamos a mirarnos desde el fondo, una simple comparación nos salva, porque en el espejismo todos estamos en el mismo nivel.
Sea de una, o de otra manera, todas estas son historias guardadas a medias. Y se recortan las partes en miles de centímetros para luego ser repartidas al mejor postor. O al que esté más cerca para recibirlas.
Hasta que repentinamente, el dorso del espejo se presenta como una posibilidad. El dorso del infinito tiene sus ventajas, y sus soledades, porque parece que atrás del reflejo no queda nada, aunque afuera del infinito ni la nada cuenta.
Hay sonidos que parecen ser solo reflejos comparándose entre si. Son el todo y la nada, hasta que podemos dar la vuelta, salir del infinito, y sentir como esa música reúne todos esos centímetros para armarnos de nuevo la historia.