El remedio solo necesitaba del paciente para sobrevivir, respiró tranquilo, suponiendo que la vida no se desquitaría con él. Se trató de explicar de mil maneras lo que allí estaba ocurriendo. Tantas almas lo seguían y él solo quería caminar. ¿Por qué no podía parar de repetir aquella palabra? Se incorporó como pudo y caminó hasta la sala, donde lo esperaba una sombra intensa, recorrió uno, dos, tres pasillos hasta llegar a la almohada que le permitiera sentir.
Nada fue, al menos hoy, un paciente, ni un remedio. Estrelló las ganas y su dios contra la pared más cercana, pensó que ellos llegarían más rápido si cambiaba de color, y nada. Se agachó, y lloró, para recubrir su mirada con menos claridad. Lloró, para que la vista nublada le permitiera acomodarse y descansar. ¿Por qué no podía parar de repetir aquella palabra?
Sintió la mano en el hombro, esa que nunca llegará, y lo obligaron a volver. Encerrado, sin luz, o apenás con algunos sobres cerrados, recuperó la envidia y quiso por unos instantes ser libre. Luego recordó el precio y concluyó, nuevamente, que no hay límite al que pueda llegar en paz.
La palabra dejó de repetirse, ellas no son las asesinas y la cárcel no es más que el sentido del presente.