Hay acá una deformación de vivencias que nos lleva al abuso del absoluto. La deformación explota en el concepto y todos recorren con su memoria lo invariante como explicación, y no recaen en lo expresado.
La aceptación de lo que depende de la nada, abruma, descuelga los supuestos y las firmezas. Lejos de lo que no se modifica, el absoluto, lo hace solo en si mismo, y la ausencia total de comparación produce la confusión de lo invisible. La transformación necesita de la comparación para sobrevivir.
En el cambio, los absolutos imaginarios se producen a cada instante, y nos mentimos de a poco para no reconocerlos. ¿Cómo lograr pisar sobre el movimiento permanente?
Milenios nos ocupan buscando las formas posibles de la quietud, ese estado repentino que apacigüe los ropajes e impida que se vean las caretas flojas. Parece imposible lograrlo, porque el absoluto no descansa.
Siempre la luz, sola, llega.